En las últimas cinco décadas, la brecha entre mujeres y hombres se ha ido reduciendo en cuanto al interés por el deporte. Hoy vemos como muchas disciplinas que hasta hace algunos años eran amateurs empiezan a profesionalizarse y paulatinamente consiguen convenios colectivos de trabajo, tomando relevancia en el ojo público.
Actualmente es habitual que las mujeres disputen los primeros lugares en las maratones del mundo, pero no siempre fue así. En 1967 la atleta y escritora estadounidense Katherine Switzer hizo historia al romper las reglas y participar en una maratón terminando la carrera en 4 horas y 20 minutos. Además, no era cualquier maratón, era la de Boston, la más antigua del mundo, donde incluso la empujaron y quisieron quitarle su número de competidora del pecho. Ese día hubo un cambio y se abrió un nuevo espacio para las mujeres en el avance hacia la igualdad. En las últimas cinco décadas, la brecha entre mujeres y hombres se ha ido reduciendo en cuanto al interés por el deporte.
Hoy vemos como muchas disciplinas que hasta hace algunos años eran amateurs empiezan a profesionalizarse y paulatinamente consiguen convenios colectivos de trabajo, tomando relevancia en el ojo público. Un claro ejemplo fue la última Copa Mundial Femenina de Fútbol de Francia 2019 donde -según la FIFA- 1.120 millones de personas vieron todo el campeonato en el que Estados Unidos venció a Holanda en la final, más del doble que el mundial anterior.
A pesar de esto, los sueldos siguen estando muy lejos de lo que puede ganar Messi o Ronaldo y los derechos laborales muchas veces no son reconocidos.
Las olimpiadas como punto de partida
El acceso de las mujeres al mundo deportivo ha sido difícil y tardío. Históricamente el papel de la mujer a nivel social ha sido menospreciado e infravalorado, y por desgracia, esto se remonta siglos atrás. Las olimpiadas tienen su origen en Grecia en el año 776 antes de Cristo, y permitían la participación únicamente de ciudadanos griegos libres y de sexo masculino. Las mujeres no podían presenciar las competiciones, ni mucho menos participar en ellas. Los atletas competían completamente desnudos, pero después de desenmascarar públicamente una madre que, haciéndose pasar por entrenador, logró presenciar la participación de su propio hijo, fue exigido también a los entrenadores asistir a las competiciones desnudos.
Con el paso de los siglos, y con el movimiento olímpico moderno nacido a finales del siglo XIX, el papel de la mujer seguía sin cambiar. Pierre de Coubertin, fundador de los nuevos Juegos Olímpicos, argumentaba que la presencia de la mujer en un estadio resultaba “antiestética, poco interesante e incorrecta”. Pese a sus críticas, los JJ.OO. abrieron las puertas a las mujeres en el año 1900, aunque su participación se limitó exclusivamente al golf y al tenis.
Pero todo cambió en 1928, durante la edición de los Juegos en Ámsterdam. Fue entonces cuando la asistencia femenina se acentuó más, de las 6 participantes que hubo en 1900, esta edición contó con la participación de 300 atletas que pudieron competir por primera vez en el deporte rey: el atletismo. A partir de aquí la presencia de la mujer en los Juegos Olímpicos creció exponencialmente edición tras edición. En 1978 las deportistas representaban el 20% de participantes, y en 1996 durante los JJ.OO. de Atlanta, alcanzaron el 35%. La normalización de la presencia de la mujer en el deporte estaba en camino. En 2004, en los Juegos de Atenas, 4.329 mujeres -40,7% del total de participantes- compitieron y establecieron un récord de participación femenina en las olimpiadas. Este porcentaje de participación se ha repetido en mayor o menor medida hasta la actualidad.
Las olimpiadas son sin duda un buen ejemplo para hacer una radiografía del ámbito deportivo y de la cambiante situación entre hombres y mujeres. Pero con esto también surgen otras preguntas: ¿Por qué sigue habiendo una clara desigualdad salarial entre géneros en competiciones nacionales? ¿Por qué hay deportes con baja participación femenina?
Autores:
Millaray Lezaeta (Chile)
Martín Carvalho (Argentina)
Agustina Latorre (Argentina)
Núria Emilio (Cataluña)
Albert Gimeno (Cataluña)
Ricardo Oliva (España)
Juan Manuel Tello (Colombia)